sábado, 7 de julio de 2012

El fracaso de Río + 20



La Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sustentable

por Pablo Ramasco

Por una vez, todos los analistas están de acuerdo: la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable (mejor conocida como Río+20) terminó en un sonoro fracaso. Veinte años después de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la desertificación se han agravado. Sin embargo, los acuerdos firmados no implican ninguna medida concreta para evitarlo.


En los últimos 20 años de “preocupación ambiental”, los principales parámetros para medir la sostenibilidad de la actividad humana han empeorado. El informe GEO-5, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), constata que se aleja el objetivo de contener el calentamiento en dos grados para final de siglo: los océanos son cada vez más ácidos, la biodiversidad desaparece a un ritmo desconocido desde la extinción de los dinosaurios (un 41% de los anfibios, un 33% de los corales y un 25% de los mamíferos están amenazados) y la deforestación está alcanzando niveles extraordinarios.
La depredación capitalista está presente en cada dato. Desde 1992, las emisiones mundiales han aumentado hasta un 48%, 300 millones de hectáreas de bosque han desaparecido. Con una población que se ha incrementado en 1.600 millones de personas, una de cada seis personas está desnutrida. Las técnicas de pesca industrial han dado lugar a “un deterioro sin precedentes” en las poblaciones de peces, mientras que el número de las costas llamadas “zonas muertas” se ha incrementado dramáticamente. Al mismo tiempo, el suministro regular de agua potable se espera que esté fuera del alcance de más de 600 millones de personas en 2015, mientras que 2.500 millones no tienen acceso a servicios básicos de saneamiento (Financial Times, 7/6; Los Tiempos, 1/7).
Cumbre de desacuerdos
Para dar respuesta a esta catástrofe en ciernes, se realizó la mayor cumbre en la historia de la ONU. El lugar elegido para la cumbre, Río de Janeiro, era la misma ciudad donde, hace 20 años, fueron aprobadas la Carta de la Tierra, la Agenda 21 y las nociones de biodiversidad, desertificación y cambios climáticos. Pero ya en 2002, durante la Conferencia de Johannesburgo, los gobiernos se negaron a rendir cuentas de las acciones comprometidas en Río. En 2009, la cumbre de Copenhague sobre cambio climático también fracasó, debido al rechazo de las principales potencias a asumir compromisos de mitigación en la emisión de gases con efecto invernadero y a realizar los aportes económicos necesarios.Esta vez ocurrió lo mismo. El documento que se terminó aprobando sólo plantea generalidades, pero ninguna medida concreta: no habrá nuevos mecanismos de financiación para políticas de desarrollo sostenible, ni una agencia medioambiental de la ONU, ni medidas de protección de los océanos, ni la decisión de eliminar los subsidios a los combustibles fósiles, ni -mucho menos- medidas que contribuyan a la erradicación de la pobreza en el mundo (La Nación, 27/6). Por presión del Vaticano, hasta se quitaron de las conclusiones las reivindicaciones femeninas. Que no se haya podido aprobar el pequeño fondo de 30.000 millones de dólares previsto para ayudar al desarrollo sostenible resulta una muestra de las contradicciones insolubles que existen.
Crisis capitalista
Sucede que ningún país capitalista quiere afrontar esos costos, en el medio de una guerra comercial determinada por el derrumbe económico.China, donde existe una alta depredación ambiental, encabezó una amplia coalición de “países en desarrollo” (el G77) para exigir a Europa a Japón y Estados Unidos el financiamiento de modelos sustentables. Hoy, sólo cinco países están cumpliendo el compromiso de la aplicación del aporte del 0,7% del Producto Bruto Interno (PBI) para programas de apoyo. Los países desarrollados, por su parte, plantearon impulsar una “economía verde” y conformar una agencia ambiental de la ONU -propuestas rechazadas por el G77, que las denunció como una trampa para poner freno a las exportaciones cuando no se cumplan ciertos parámetros “verdes”.Mientras tanto, según un informe del BID, el cambio climático costará a América Latina y al Caribe daños anuales por valor de 100.000 millones de dólares (EFE, 5/6).
Fuerzas destructivas
Durante el siglo XX, la producción mundial se multiplicó por cuarenta, al costo de una depredación cada vez mayor de la biosfera.
Las emisiones mundiales de dióxido de carbono durante 2011 alcanzaron un nivel récord. Los especialistas afirman que si no se hace nada, se duplicarán para el año 2050. Para limitar el aumento de temperatura a 2° C -el punto crítico- se las debe reducir a la mitad. Pero podría haber una esperanza: el desarrollo de la ciencia y de la técnica plantean la posibilidad de avanzar en la simplicidad y en la eficiencia energética, lo cual podría, en el escenario optimista de la Agencia Internacional de la Energía, evitar el 38% de las emisiones de dióxido de carbono en 2050. Al mismo tiempo, el almacenamiento de dióxido de carbono en formaciones geológicas profundas podría ahorrar un 19% y se podría avanzar en la reutilización del dióxido de carbono en los procesos industriales (Le Monde, 9/6). Y así se podría seguir con muchas de las cuestiones planteadas por la contaminación del medio ambiente. A pesar de los augurios repetidos sobre la “catástrofe de la civilización”, la humanidad ha sabido encontrar la vía para potenciar su dominio sobre la naturaleza. Hoy nos encontramos ante un límite, pero no infranqueable. Se conocen los problemas, también las soluciones posibles, pero todas son inaplicables en el reino del beneficio privado.
A contramano de todos los analistas, The New York Times (23/6) publica una columna de dos ecologistas que afirman que “sería equivocado valorar la cumbre como un fracaso”, porque la demostración de las “limitaciones de los poderes políticos y económicos” servirán como catalizador y como punto de partida para un nuevo movimiento ambiental. Tienen razón; pero Río+20 también ha puesto de manifiesto el obstáculo insalvable que encuentra cualquier política ambiental que no cuestione la explotación capitalista de la fuerza humana de trabajo y del medio ambiente.

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