Materiales para construir en el presente un puente entre los éxitos del pasado y un futuro no catastrófico para la especie humana
lunes, 28 de enero de 2013
Raul Zaffaroni: masacres y genocidios
Presentando su libro La palabra de los muertos, el 2 de mayo de 2011
(nota de Irina Hauser, en página 12 y el video con la conferencia de Zaffaroni)
“Me siento francamente abrumado”, suspiró el juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni, mientras hacía un paneo por las casi mil personas que lo habían ido a escuchar. “Empiezo a sentir miedo de lo que escribí”, bromeó. Con la misma acidez y un gran sentido del humor, se tomó media hora para explicar que La palabra de los muertos, el producto de casi tres décadas de estudio y reflexiones, no obedece sólo a razones académicas, sino a un “objetivo político-social”: el de desafiar a la “criminología mediática”, aquella que pinta un mundo amenazado exclusivamente por el delito común y el terrorismo; aquella que se construye desde los medios de comunicación, al servicio del poder y de un modelo de “Estado gendarme” o “policial” de raíces estadounidenses, que infla el miedo, alimenta la paranoia, estigmatiza e instala la creencia de que la única salida está en respuestas vengativas como encerrar, castigar, reprimir y ajusticiar.
La fuerza de ese paradigma, dice Zaffaroni, ha vuelto invisibles a los muertos en las mayores masacres, que –sin embargo– son ejecutadas por el propio Estado y que abarcan no sólo casos como el genocidio armenio, el holocausto, las matanzas en Ruanda, Somalia o Irak –entre otras decenas–, sino lo que llama “masacres por goteo”, más lentas pero no menos destructivas, donde entran desde las torturas, los muertos en las cárceles, hasta las víctimas del uso irresponsable de armas y las ejecuciones sin proceso. Son homicidios de seres indefensos, pero no entran en las estadísticas, según advierte. Por eso propone una “criminología cautelar”, capaz de prevenir la multiplicación de las masacres, “preservar la vida humana” y propiciar una “sociedad inclusiva” corriendo el foco de “la exaltación del poder punitivo”. A juzgar por el poeta Juan Gelman, La palabra de los muertos. Conferencias de criminología cautelar (Ed. Ediar), más que un libro es “una hazaña”, según describió en el prólogo. “¿Es posible cambiar la criminología, el derecho y el sistema penales y los modelos de policiales para prevenir, impedir o moderar la violencia del poder y, en consecuencia, reducir la punición a lo estrictamente necesario sin recurrir a la fábrica de cadáveres?”, se pregunta Gelman, y anuncia que “el autor piensa que sí, que hay que hacerlo”, e invita a leer la obra. Zaffaroni la escribió “en lenguaje coloquial”, para que la pueda leer quien quiera, explicó ante la multitud que lo fue a escuchar en la Feria del Libro. “Este deseo de que trascienda obedece a que vivimos una época en que hay una tremenda construcción mediática de la realidad”, alertó. “Una construcción peligrosa, paranoica. Es como si los curanderos se hubiesen apoderado de la opinión pública a través de los medios masivos de comunicación y la ciencia médica se hubiese quedado en la Facultad de Medicina encerrada, o los políticos construyesen hospitales, o no, o hiciesen campaña de vacunación según lo que dicen los curanderos”, ironizó.
Zaffaroni fue ovacionado ante cada definición, y festejado con risas sonoras ante cada comentario mordaz. “El título del libro no es una propaganda de una empresa de pompas fúnebres”, sonrió. “La única verdad es la realidad y la única verdad de la criminología son los muertos. Sucede que la criminología se ocupó de todos los delitos y del poder punitivo pero se olvidó de las masacres. Olvidó que los estados cometieron más de 100 millones de homicidios calificados por lo menos por alevosía. Mataron a dos personas de cada cien. ¿Qué índice de homicidios hay en Argentina? Menos de 6 por cada 100 mil habitantes”, contrastó. “En los países donde se cometieron genocidios, esos muertos quedan fuera de las estadísticas criminales. ¿Y quién los mató? El Estado, el poder punitivo, el mismo que tenía que haber preservado la vida. Fueron la policía, la Gestapo, la KGB, y cuando no los mató la policía los mató el Ejército, pero no en guerra, en función policial.” El libro dice que estos muertos son “los desaparecidos de la criminología y su consorte, el derecho penal”.
En el amplio escenario de la Sala Jorge Luis Borges, entre luces brillantes y coloridas, el juez supremo estuvo acompañado por el ex ministro de seguridad bonaerense León Arslanian, el abogado y militante de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) Pedro Paradiso Sottile y el periodista Víctor Hugo Morales. El moderador fue el catedrático guatemalteco Landelino Franco, a quien llenó de elogios. Paradiso contó que al leer el libro se ubicó rápidamente a sí mismo “en el lugar de los muertos”, “en el lugar de la marginación”. “La medicina decía que éramos enfermos, peligrosos, se preguntaba si teníamos el cerebro más pequeño. Y tampoco estamos hablando sólo de la inquisición, sino del año pasado, cuando se discutía la ley de matrimonio igualitario.” Paradiso citó cifras elocuentes: “hay ochenta países que criminalizan la homosexualidad con prisión y siete con pena de muerte”. “El poder es ser dueño de la verdad”, citó Víctor Hugo a Maquiavelo. “No hay poder más grande y más peligroso que el que tiene el poder de la construcción de esa verdad”, dijo. Haciéndose eco de las afirmaciones de Zaffaroni –a quien llamó “el Maradona de la Justicia”–, sostuvo que esa construcción llega al punto de lograr que se legisle en función de ella. Refrescó un informe de la BBC que dice que “en Argentina hay poca violencia y mucha preocupación”. E ilustró con una anécdota del pueblo de Laprida, donde mucha gente anda en bicicleta, la deja en la calle y sin cadena, duerme con la puerta de su casa sin llave y sin embargo, cuando les preguntan cuál es su principal problema, dicen “la inseguridad”.
Arslanian, a quien Zaffaroni recordó conocer “desde que teníamos nuestros modestos juzgaditos de sentencia en un corredor que parecía un supermercado”, hizo una exposición más teórica y se ocupó de resaltar nociones clave del texto: “la criminología mediática tiene una finalidad política para defender modelos económicos determinados, contrarios a la distribución”, e “instala demandas de ley y orden”. “El poder punitivo se apropia del problema de la víctima y se convierte en una traba para resolver el conflicto”, y así es como “los Estados cometieron más homicidios que todos los homicidas del planeta”.
“El peligrosímetro manda a matar toda sombra que se mueva, los grandes medios de comunicación son grandes miedos”, dice el escritor Eduardo Galeano en la contratapa. Zaffaroni, antes de empezar a hablar, le regaló un sentido agradecimiento, igual que a Gelman. Miró a la multitud y nombró a todos sus colaboradores, a Estela Carlotto, al procurador Esteban Righi, ministros (estaba Amado Boudou), a la defensora General Stella Maris Martínez, a legisladores (estaban Diana Conti y Fernando Navarro entre otros), a Lita Boitano y hasta a su custodio de treinta años, César López. Entre el público estaban hasta los mozos de la Corte.
Zaffaroni precisó que “la criminología mediática” que “incita a la venganza demagógica”, “a liberar al poder punitivo de los controles” y “que busca ponernos en el camino de las masacres” es un producto nacido en Estados Unidos, pero a esta altura es un fenómeno mundial, que se reproduce tanto en América latina como en Europa. “Es el modelo de Reagan-Bush –explica– que propone un Estado gendarme, que es excluyente y tiene por función mantener a los excluidos a raya”, y que sucedió al de Franklin Roosevelt, que “era incorporativo y pretendió establecer el Estado social”. “Hoy la publicidad del enorme aparato penal de EE.UU. recorre el mundo; hace que uno de cada cien norteamericanos esté preso. Hay más de dos millones de presos. Tres millones controlados por el sistema penal y tres millones trabajando para ese sistema, lo que implica que además es una variable de empleo y desempleo”, insiste. Y concluye que la discusión de fondo es entre esos dos modelos. “El del Estado social de derecho puede fallar. Pero el Estado gendarme invariablemente termina mal. El excluido un día empieza a resistirse, entonces el gendarme lo mata, o el excluido vence al gendarme y se arma un caos”, vaticina. La decisión, advierte, es entre profundizar los “modelos democráticos”, de “estado de bienestar” y de “una sociedad inclusiva”, o poner en jaque el estado de derecho.
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